El director

El director

[Todo podría haberse explicado por una torsión del espacio-tiempo, pero eso no se lo iba a creer nadie.]

Yo mismo.

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(Narrador)

Adriana era la última violinista en haberse incorporado a la orquesta. Era la más joven. En realidad había ocupado una plaza que había quedado vacante a mitad de temporada tras un accidente del que nadie quería hablar. El flamante auditorio en el que tocaban, construido unos años antes como lugar de residencia permanente de la orquesta, era precioso, pero muy reducido para los instrumentos de cuerda. El director opinaba que era mejor así, todos estaban más cerca, los sonidos se concentraban más y se conjuntaban mejor y sus órdenes llegaban más fluidas a todos los componentes. No había dónde esconderse.

El director era muy estricto en los protocolos, incluso en los ensayos ejecutaban el mismo orden de salida que después mostrarían al público en los conciertos. El lugar que ocupaba Adriana, al final de todos los violines, era el que estaba más cerca de la puerta de acceso, pegado al piano y al arpa, y tenía que hacer un escorzo cada vez que salía el director para que éste no se la llevara por delante; aún así, con la contorsión que realizaba, en cada salida el director la rozaba sin contemplaciones y sin una disculpa. A Adriana le costaba concentrarse después en la partitura. Al principio pensó en hablar con él, pero por prudencia, por precaución, al ser nueva, decidió esperar a conocerlo un poco mejor. Al cabo de unos días se dio cuenta de que había hecho bien en esperar; era un hombre estricto al que nadie osaba decirle nada y él no daba pie a que nadie lo hiciera. La comunicación era la justa y necesaria para que la orquesta funcionara, pero con ese método nadie podía esperar pasión, ni brillantez en la ejecución del programa. El resultado era siempre corrección formal sin ningún tipo de aventura.

Al final, Adriana habló con la primera violín quien le aconsejó que no protestara ni dijera nada a nadie; al director le llegaba todo y era un hombre bastante vengativo cuando se le contrariaba.

La orquesta era un mundo en sí mismo, lleno de diversidad y animación, y de una cierta endogamia entre sus miembros. Había parejas, grupos de amigos, hombres que vestían de manera mucho más informal que otros dentro del negro absoluto exigido en la vestimenta, mujeres bellísimas con vestidos escotados o con la espalda al aire, otras que lucían un discreto tatuaje en un hombro, en el omoplato o en el tobillo.

Adriana era una magnífica solista, pero, siendo el último violín de la orquesta, apenas podía destacar. Era muy guapa e independiente y el roce del director la incomodaba.

 

Entre ensayos y viajes, los miembros de la orquesta pasaban mucho tiempo juntos. El director jamás viajaba con ellos en el autocar acondicionado para el transporte de toda la orquesta. En la primera salida que hicieron tuvo que sentarse sola; todo el mundo parecía que tenía ya su pareja de viaje y no iba a ser fácil integrarse en aquel universo.

Los percusionistas eran un mundo cerrado, todos hombres que tenían su propio código, sus bromas, sus conversaciones en las que enseguida hacían notar que allí no tenías cabida. El sitio natural de Adriana eran los violinistas y allí trató de integrarse como pudo.

 

***

(Victoria)

Adriana es una mujer bellísima y una solista fantástica. En las pruebas que le hicimos para suplir a la malograda Eva destacó por encima de todos los demás por su ejecución limpísima. Además su currículum era brillante para los pocos años que tenía. Tanto el director como Amy la gerente de la orquesta, como yo, nos pusimos de acuerdo enseguida para elegirla a ella.

Ayer me vino a contar que el director la molesta cada vez que entra en escena. Me he acordado de Eva que tantas veces se sintió molesta y se me ha erizado toda la piel del cuerpo. Y, sin embargo, no quiero recordar, no quiero saber; me conformo con tocar mi violín y asegurarme que todo en la orquesta funciona bien, que todo el mundo está atento y concentrado en lo que hacemos. No quiero saber nada de él que no sea lo estrictamente profesional. Si está entretenido con otras, pues mejor para mí, así me dejará al margen.

 

***

(Adriana)

El director me ha invitado a una fiesta en su casa. Es muy atractivo, pero de alguna forma sé que es peligroso, por la forma como me empuja al entrar en el escenario o como me roza ahora que estoy atenta. Me desconcierta, sin embargo, la forma que tiene de conducir a la orquesta: yo la escuché cuando aún era estudiante hace años interpretar el concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky y me pareció genial, una versión llena de alma como no había escuchado nada antes. Apenas ha cambiado nada en la orquesta, pero ya no hay esa pasión, esa brillantez; ahora nos limitamos a interpretar con corrección y formalismo. Eso sí, una corrección perfeccionista: Max, el director, no perdona una nota fuera de lugar o una entrada a destiempo de cualquier instrumento. Tiene un oído finísimo y parece adivinar cuando se produce una asincronía por muy pequeña que sea.

 

***

(Amy)

Max me asusta, sigo sin saber si es ángel o demonio aun conociéndolo desde hace tantos años. Cuando lo contraté para dirigir la orquesta hace ya cinco años, conocía su pasado, su cambio de nombre, su brillantez de joven director superdotado, también la leyenda negra que le acompañaba, su carácter obsesivo y su fama terrible con las mujeres, aunque nadie nunca pudo probar nada. Tampoco tras el suicidio de Eva nadie le pudo relacionar con el asunto y, sin embargo, su sombra flotaba sobre todo lo que había sucedido. Es inevitable que piense en él como responsable último del final de la pobre chica porque su personalidad lo invade todo, termina por envolvernos a todos los que lo tratamos de una u otra forma; incluso Victoria, la primera violín de la orquesta, parece hipnotizada por el genio de Max.

 

***

(Victoria)

El suicidio de Eva con la cuerda de violín al cuello y ese nudo corredizo tan difícil de atar me dejaron desolada. Eva y yo habíamos sido amantes; a ella no le gustaban las mujeres, pero sé que yo la gustaba y quiso probar el sexo conmigo cuando se lo propuse. No le disgustó, pero al cabo de unas semanas me dijo que prefería a los hombres y que creía que se había enamorado de uno. Le agradecí su sinceridad; yo no me había hecho demasiadas ilusiones con ella porque sabía desde el principio que prefería a los hombres, así es que aún sintiéndolo mucho porque me gustaba como era, acepté lo que me decía con cierta dosis de resignación.

Hubo una época en la orquesta en la que Max, contagiaba a todo el mundo su entusiasmo y tocábamos con genio e ilusión; había risas, alegría, y creo que cada cual daba lo mejor de sí mismo en cada instrumento, pero, tras la muerte de Eva, ya nunca hemos vuelto a tocar igual; es como si hubiéramos perdido el alma en aras de una exquisita corrección formal. Incluso el repertorio es triste. Aunque lo elegimos entre Amy, Max y yo misma, creo que él acaba imponiendo lo que quiere, pero lo hace tan bien que ni Amy ni yo somos plenamente conscientes de cómo lo consigue.

 

***

(Adriana)

En la fiesta en casa de Max no estaban todos los miembros de la orquesta, pero sí bastantes de entre ellos. Fue una fiesta elegante. El chalé de Max tiene dos plantas y quizás un sótano. Es absolutamente moderno y diáfano, dos prismas casi enteramente acristalados, uno encima del otro, girados. Desde el exterior, las enormes paredes de cristal le dan un aspecto verdoso. Tiene una piscina delante de la casa en una zona ajardinada. Solo vi la planta baja, una cocina apenas separada del salón que ocupaba toda la planta, y un despacho sin apenas decoración. Max no me hizo demasiado caso, aunque le vi mirarme de soslayo de cuando en cuando. Durante la fiesta, Victoria me dijo que íbamos a comenzar a ensayar el concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky; me produjo una envidia sana, porque desde que se lo escuché a ellos era uno de mis conciertos favoritos; me lo sabía de memoria y podía hacer el violín solista sin ensayar apenas. Lo había tocado en la calle decenas de veces, en varias ciudades de Europa.

Al terminar la fiesta, Max se me acercó y me pidió que me quedara un poco más, quería mostrarme algo cuando todo el mundo se fuera.

En efecto, cuando todo el mundo se fue, Max bajó una pantalla en una de las paredes y encendió un proyector. Nos sentamos para ver un biopic sobre la vida de Tchaikovsky. Estaba en alemán y Max iba traduciendo sobre la marcha. Yo no sabía demasiado sobre la vida de este músico, salvo quizás que era homosexual y que había sufrido por ello a lo largo de toda su vida. Allí me enteré de su relación epistolar con la viuda Nadezhda von Meck, unas mil cartas durante 13 años. En ellas estaban sus motivaciones y sus anhelos vitales, también un mundo de sufrimiento ilimitado que seguramente había influido en la hondura emocional de algunas de sus obras. Había muchas hipótesis sobre su muerte días después de estrenar su sexta sinfonía, la Patética. Max me dijo que él prefería la del envenenamiento con arsénico.

 

***

(Amy)

Me alegré y asusté a un tiempo cuando Max me dijo que incorporarían al repertorio de esta temporada el concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky. Ese había sido uno de nuestros grandes éxitos unos años atrás, cuando Max rebosaba ilusión y energía y era capaz de transmitirlo a cualquiera que estuviera a menos de veinte metros de él. Me preocupé porque Eva había sido la violín solista en aquella interpretación. Eva era brillante y tenía una energía y un don que Victoria ahora no posee por más que sea extraordinariamente correcta. Pero, si Max ha decidido hacerlo, será porque cree que puede salir bien.

Cada semana tenemos el aforo completísimo a pesar de que la orquesta, en opinión de los críticos, no transmite la emoción de antes, pero también algunos me dicen que la emoción flota en el ambiente y que todo el mundo cree que en cualquier momento va a salir una interpretación magistral y nadie quiere perdérselo cuando ocurra.

 

***

(Victoria)

Max me llamó a su casa hace unos días para decirme que íbamos a interpretar el concierto para violín de Tchaikovsky, que si me veía preparada para ensayarlo e interpretarlo. Le dije que sí, aunque yo misma estaba asustada: no me creía que pudiera emular aquel concierto en el que Eva, magnífica, lo interpretó hace unos años, pero confiaba en que, si Max pensaba que podía hacerlo, lo haría bien.

Los primeros ensayos fueron bien; Max estaba contento, volvía a tener el brillo que le habíamos conocido en los ojos y había energía en el ambiente, todo el mundo estaba muy atento. Sin embargo, ayer algo parecía no gustarle, nos pidió a todos más intensidad, más ritmo. Nos dijo que nos faltaba sufrir con el instrumento. En un momento del ensayo, cuando yo estaba con una de las partes del solo de violín, detuvo el ensayo diciendo: “No, no, no hay pasión” y enfadadísimo rompió su varita con ambas manos en la rodilla y se fue dejándonos en el auditorio desamparados. No supe qué hacer y, tras esperar unos minutos, decidí dar por terminado el ensayo.

***

(Adriana)

Ayer Max rompió su varita en el ensayo y todos nos quedamos consternados. Es algo que yo no había visto hacer nunca. Victoria dio por concluido el ensayo. Esa vehemencia de Max me gustó y me abrió los ojos hacia algo que llevaba días sofrenando: Max me gustaba, empezaba a sentir hacia él una leve atracción.

Por la noche Victoria me llamó por teléfono, tenía dislocados dos dedos de la mano izquierda y se los habían vendado. No sabía cómo había sido, estaba con Max en su casa pero no recuerda nada. Éste le dijo que se había caído y fue quien la llevó a urgencias. Victoria quería saber si yo sería capaz de sustituirla con el violín en el concierto de Tchaikovsky, Max le había pedido que me llamara.

Aunque creo que sí sería capaz de tocar el violín solista en el concierto de Tchaikovsky, mi autoestima no es demasiado alta. La sombra de mi padre metiéndose, él y su dinero, en todos mis asuntos siempre me persigue, de hecho no sé ni siquiera si él influyó para que yo entrase en esta orquesta.

He quedado en ir a casa de Max esta tarde; me ha pedido que lleve el violín. Espero que despeje mis dudas sobre si soy capaz de interpretar el concierto con el nivel de exigencia que él desea.

 

***

(Amy)

Todo el asunto del esguince en los dedos de Victoria me parece obra de Max. Mi teoría es que no le gustaba la falta de pasión con que ella interpretaba el concierto de Tchaikovsky. Sé que está obsesionado con esa obra y con ese compositor. Me ha comunicado que va a probar con Adriana. Temo por ella, no sabe en la cueva de Alí Babá en la que se está metiendo la pobre. Espero que Victoria no sienta además animadversión hacia ella y que el resto de la orquesta respete el deseo y las órdenes del director.

***

(Narrador)

Adriana acudió con su violín a la casa de Max; al abrir la puerta, ambos se quedaron mirando frente a frente y notaron que la respiración del otro estaba agitada. El deseo sexual entre ambos se había vuelto denso y casi podía cortarse en el ambiente.  En los últimos ensayos Adriana ya no rechazaba el contacto con Max, era ella la que decidía el roce que se harían al entrar él, con qué parte del cuerpo y con qué intensidad. Tentada estuvo incluso de hacerle tropezar alguna de las veces.

Tras unos segundos muy intensos de parálisis, ambos se fundieron en un abrazo de fuerza inusitada que enseguida dio lugar a un beso larguísimo. Ya en el interior de la casa, en el mismo salón, tuvieron un sexo precipitado y urgente solo pausado el tiempo necesario para que Max fuera a buscar un preservativo al piso superior. Todo fue muy rápido, pero ambos quedaron desfondados por la intensidad de la descarga emocional que había tenido lugar entre ellos. Aún abrazados y desnudos, bajo una manta de cuadros grises y blancos, Max le dijo a Adriana que confiaba en ella como violín solista para sustituir a Victoria en el concierto de Tchaikovsky.

Adriana, aún eufórica por la serotonina proporcionada por el sexo, tocó para Max toda la parte solista del concierto, con brillantez y emoción, con una pasión que le hizo exclamar a Max nada más terminar: “Deberíamos tener sexo justo antes de cada concierto”.

A ambos les brillaban los ojos cuando subieron al dormitorio de Max. Éste, con una habilidad pasmosa, soltó dos cuerdas del violín de Adriana e hizo unos nudos correderos que ella nunca había visto. Le pidió permiso con la mirada y ella le tendió ambas muñecas que Max besó, lamió y sorbió con fruición antes de pasar por ellas los nudos corredizos que había realizado. Después ató los cabos al cabecero de la cama de forma que, si Adriana aflojaba los brazos, apenas sentía las cuerdas y podía incluso liberarse, pero, si tiraba un poquito las cuerdas, se le pegaban a las muñecas y, si tiraba más aún, podía llegar a sentir un dolor muy intenso.

***

 

FIN

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